Estrofa. 1ª
¡Ay! ¿Qué muerte, sin mucho dolor ni guardar cama, 

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podría venir sobre nosotros con rapidez y producirnos el sueño eterno que nunca se acaba, puesto que ha sucumbido mi benévolo protector, tras haber soportado muchas fatigas por culpa de una mujer[107]? ¡Y a manos de una mujer ha perdido la vida!  ¡Ay, loca Helena! ¡Tú sola hiciste que perecieran muchas vidas, muchísimas vidas al pie de Troya!. Y ahora te has adornado con una postrera corona de eterna memoria por una sangre que nunca podrá ser lavada!

1460

¡Sí, entonces estaba adherida con fuerza a esta casa Discordia, que consigo traía la ruina de los varones!
CLI.- No impreques destino de muerte con la pesadumbre que esto te causa, ni desvíes contra Helena tu ira, alegando que fue destructora de hombres y que, al hacer perecer ella sola las vidas de numerosos varones, produjo un dolor sin posible calmante.
CORO.
Antistrofa.1ª
¡Espíritu maligno que caíste sobre esta casa y sobre los dos descendientes de Tántalo[108],

1470

concediste vigor a la fuerza de idéntico temple que, procedente de dos mujeres[109], me muerde el corazón! Puesta sobre el cadáver como odioso cuervo, <...> se jacta de entonar un himno monstruoso.
CLI.- Ahora sí enderezaste la sentencia, que anteriormente tu boca expresara, invocando al espíritu malo, engordado tres veces[110], de esta familia, porque de él se alimenta en el vientre esta pasión lamedora de sangre: antes de haber cesado

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el antiguo dolor se derrama de nuevo otra sangre.
Estrofa. 2ª
CORO.- Sí. Das tu asentimiento a la existencia ten este palacio de una poderosa deidad maligna inspiradora de terrible rencor -¡ay, ay!-, ¡triste asentimiento a una funesta fortuna insaciable -¡ay, dolor!- recibida de Zeus, causante y artífice de todas las cosas! ¿Pues qué les ocurre a los hombres mortales sin Zeus? ¿Qué desgracia de éstas no se ha cumplido sin el concurso de los dioses? ¡Ay, ay! ¡Rey, Rey!

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¿De qué manera debo llorarte? O ¿Qué decirte desde el interior de mi alma amiga? Yaces en esa tela de araña, exhalando tu vida con impía muerte -¡ay, ay de mí!- en ese indigno lecho, vencido por muerte traicionera mediante el arma de doble filo que una mano empuñó.
CLiTEMESTRA.- Afirmas tú que esta obra es mía y dices que soy la esposa de Agamenón.

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No es así, sino que bajo la forma de la mujer de este muerto, el antiguo, amargo genio, para tomar venganza de Atreo -aquel execrable anfitrión- ha hecho pagar a éste[111] y ha inmolado a un adulto en compensación de unos niños.
Antístrofa.3ª
 CORO.- ¿Quién dará testimonio de que no eres culpable de este asesinato? ¿Cómo? ¿Cómo va a darlo? Puede, no obstante, haber sido cómplice tuyo el genio que ansiaba venganza del padre.

1510

Avanza violento el Ares tenebroso entre familiares ríos de sangre con los que otorgará justicia al cuajarón de sangre infantil devorada. ¡Ay, ay! ¡Rey, Rey! ¿De qué manera debo llorarte? ¿Qué decirte desde el interior de mi alma amiga? Yaces en esa tela de araña, exhalando tu vida con impía muerte -¡ay, ay de mí!- en ese indigno lecho, vencido por muerte traicionera,

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mediante el arma de doble filo que una mano empuñó.
CLI.- Ni creo que indigna haya sido su muerte <...> <...>. ¿No causó ése a esta casa una desgracia mediante un engaño? Pero, como trató indignamente a la flor que me había brotado de él, a mi Ifigenia muy llorada, y ha sufrido su merecido, ¡qué él no se jacte en el reino de Hades, porque ha pagado lo mismo que hizo con la muerte que ha recibido mediante un puñal.
Estrofa.3ª

1530

CORO.- Me falla la mente al tratar de buscar un recurso certero. No encuentro hacia dónde volverme, cuando esta casa se derrumba. Me asusta el fragor sangriento de lluvia que abate a esta casa. Ya no es precisamente una llovizna, y Justicia se está afilando para otra acción dañosa en otras piedras de afilar del destino. ¡Ay, tierra, tierra!... ¡Ojalá que tú me hubieras recibido antes de haber visto a éste

1540

ocupar como lecho la bañera de plata! ¿Quién va a enterrarlo? ¿Quién en su honor cantará el canto fúnebre? (A Clitemestra.) ¿Tendrás tú la osadía de hacerlo? ¿Después de haber dado muerte a tu propio marido, vas a llorarlo? ¿Y vas a dar cima a tu obra, rindiendo a su alma inicuamente un homenaje que no es homenaje en compensación de tu crimen monstruoso? ¿Quién va a sentir el dolor de pronunciar el fúnebre elogio en honor de este héroe junto a su tumba,

1550

fiel a la verdad de su corazón?
CLI.- No es asunto tuyo preocuparte de eso. A mis manos cayó y murió, y yo lo enterraré, pero no acompañado del llanto de los de su casa, sino que Ifigenia,  su hija, cuando, con agrado, como es debido, haya salido a su encuentro al vado del veloz río de los dolores[112], luego de haberlo abrazado, lo besará.
Antístrofa.4ª

1560

CORO.- ¡Un ultraje sucede a otro ultraje! Difícil es esto de jugar: expoliar al que expolia, y el que mata paga. Mientras permanezca en su trono Zeus, permanecerá -es ley divina- que el culpable sufra. ¿Quién podrá arrojar de esta casa esa semilla de maldición? ¡Esta estirpe está condenada a la ruina!
CLI.- Te has embarcado con la verdad en este oráculo. Y yo, en consecuencia, quiero, luego de establecer pactos jurados con el genio recial de los Plisténidas[113],

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aceptar estos hechos, por duros que sean de soportar, pero que en el futuro salga de esta casa a destruir otra estirpe mediante muertes parricidas. Y de las posesiones, con tener una parte pequeña me basta, ¡si consigo arrancar del palacio esas locuras de asesinarse unos a otros!
(Entra Egisto con gente armada.)
EGISTO.- ¡Oh luz gozosa del día de la venganza! ¡Ahora sí que puedo decir que desde arriba, vengandores de Ios mortales, los dioses ven los dolores que hay en la tierra! Sí.

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Porque de manera grata para mí he llegado a ver a ese hombre yacente en el manto tejido por las Erinis, pagando con ello los crímenes del brazo paterno. Sí. Atreo, el soberano de este país, el padre de ése, a Tiestes, mi padre, y, para decirlo con claridad, hermano suyo, con el que estaba disputando el poder lo desterró de la ciudad y del palacio. Y, al haber regresado al hogar como suplicante el infeliz Tiestes, halló seguridad en lo que a él se refería: no ensangrentar con su muerte el suelo patrio.

1590

Pero, como presente de hospitalidad, el impío padre de éste ofreció a mi padre con más interés que amistad, aparentando que celebraba en demostración de buena voluntad un día dedicado a los sacrificios, un festín con las carnes de sus propios hijos. Los pies y los dedos de las manos los fue cortando de la parte de arriba donde se asientan con aspecto humano, y como sus carnes no lo delataban, en su ignorancia, tomólas al punto y comió un manjar funesto, como estás viendo, para la estirpe. Luego, cuando advirtió su acción impía, dio un grito y al suelo cayó vomitando la carne de aquellos niños degollados

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y un destino insufrible imprecó para los Pelópidas[114], y le dio un puntapié a la mesa del festín, acompañándolo de una maldición: que así pereciera toda la estirpe de Plístenes. Por eso es posible ver a éste caído, y soy yo quien, con justicia, ha urdido su asesinato. En efecto, yo, que era el tercer hijo, fui desterrado en unión de mi tan desgraciado padre, cuando yo era niño pequeño aún en mantillas; pero, ya criado, Justicia me trajo de nuevo, y me apoderé de este hombre, estando yo aún fuera de su casa, porque tramé en su totalidad el proyecto de mi vengativa resolución,

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de modo que incluso morir es para mí bello, porque ya he visto a ése preso en las redes de Justicia.
CORIFEO.- Egisto, no siento respeto por el que en sus crímenes se comporta con insolencia. Tú dices que deliberadamente has matado a este hombre y que has planeado tú solo este asesinato que inspira piedad. Te aseguro que, en el momento de la justicia, no va a evitar tu cabeza las maldiciones del pueblo exigiendo tu lapidación.
EGI.- ¿Dices tú eso? ¿Tú, que tienes tu puesto en el remo inferior[115], mientras los que mandan la nave son los que están encima del puente? Como ya eres viejo, vas a conocer qué duro resulta aprender a tu edad,

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cuando se ha dado la orden de ser prudente. Cadenas y tormentos de hambre son inspirados médicos, con la más sabia inteligencia para enseñar incluso a los viejos. ¿Tienes ojos y no lo ves? No des coces contra el aguijón, no vaya a ser que, después de pegarle, lo sientas.
CORIFEO.- (A Clitemestra.) Mujer, tú, que, guardando la casa, esperabas al que llegase del combate, ¿estabas a la vez deshonrando el lecho de tu marido y has tramado la muerte de tu esposo y jefe del ejército?
EGI.- También esas palabras van a ser para ti causa de llanto. Tienes una lengua contraria a Orfeo[116].

1630

Él se llevaba todo tras sí con la alegría de su canto: tú, en cambio, por haberme irritado con tus necios ladridos, serás arrastrado y, cuando ya estés sometido al poder, te mostrarás más manso.
CORIFEO.- ¡De modo que tú vas a serme Rey de los argivos! ¡Tú, que, después de haber planeado la muerte de éste, no te atreviste a ejecutar la acción, matándolo personalmente!
EGI.- Porque estaba claro: había que engañarlo por medio de una mujer. Yo era para él sospechoso, por ser antiguo enemigo suyo. Voy a imponer mi mando a los ciudadanos, sirviéndome de sus riquezas. Y, al varón que no sea obediente,

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lo unciré a un duro yugo, y no va a ser un potro amadrinado, harto de cebada, sino que el hambre, odiosa vecina de las tinieblas[117], lo verá sumiso.
CORIFEO.- ¿Por qué no prescindiste de tu alma cobarde y mataste a este hombre tú solo, sino que de acuerdo contigo lo mató una mujer, baldón de esta tierra y sus dioses locales? ¿Ve Orestes, acaso, la luz para que, vuelto a-tui con suerte favorable, llegue a ser el verdugo triunfal de estos dos?
EGI.- ¡Bien! Puesto que es tu decisión hacer y decir eso, pronto vas a enterarte.
CORIFEO.- ¡Vamos, amigos, compañeros de armas,

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ya no está lejos este trabajo!
EGI.- ¡Vamos! ¡Que cada cual se disponga a empuñar la espada!
CORIFEO.- ¡Bien! ¡Tampoco yo rehúso morir con la espada en la mano!
EGI.- Hablas -sí- a quienes aceptan morir, pero preferimos tener buena suerte.
CLI.- (Interponiéndose entre ambos grupos.) ¡De ningún modo; oh el más querido de los varones, hagamos nuevos males! ¡Ya es una triste cosecha el haber segado estos otros en abundancia! ¡Ya hay bastantes desgracias! ¡No nos bañemos en sangre! Y vosotros, ancianos, marchad ya a esas casas que os fijó el destino, antes que padezcáis las consecuencias de esta situación. Esto era preciso, conforme lo hicimos. Aceptaríamos que hubiera bastante con estas penas, heridos como estamos,

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desgraciadamente, por la pesada garra de una deidad. Así es la opinión de una mujer, por si alguno se dignara aprenderla.
EGI.- (Mientras retrocede al palacio empujado suavemente por Clitemestra.) ¡Pero que esta gente me desprestigie de esa manera con su estúpida lengua y me arroje tales insultos, desafiando a su propia suerte y que <hayan dicho> que el que ejerce el poder no adoptó una prudente decisión!
CORIFEO -No sería esto propio de argivos: el adular a un hombre cobarde.
EGI.- ¡Bien! ¡Ya iré yo a buscarte en días venideros!
CORIFEO.- ¡No será así, si un, dios guía a Orestes hasta que haya llegado aquí!
EGI.- Sí. Sé de hombres que están desterrados que se alimentan sólo de esperanzas.
CORIFEO.- ¡Hala! ¡Ejerce el poder, engorda, mancilla la justicia, puesto que puedes!
EGI.- ¡Entérate: me vas a pagar esa locura!

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CORlFEO.- ¡Presume de valiente, como un gallo delante de la gallina!
CLI.- No tengas en cuenta esos estúpidos ladridos. <Yo> y tú, como dueños de este palacio, los pondremos en orden.
(Clitemestra y Egisto se dirigen al palacio escoltados por su séquito, mientras el Coro abandona la escena entre gestos de protesta.)

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[108] Agamenón y Menelao, Tántalo es su bisabuelo.

[109] Helena y Clitemnestra.

[110] Asesinato de Atreo, sacrificio de Ifigenia y asesinatos de Clitemnestra.

[111] A Agamenón.

[112] El Aqueronte

[113] Según variaciones del mito, Plístenes, hijo de Atreo, es el padre de Agamenón y Menelao; pero, muerto Plístenes, se encargó Atreo de la crianza de sus nietos.

[114] Pélope era hijo de Tántalo y padre de Atreo y Tiestes

[115] En las naves de guerra había, por lo general, tres filas de remos. Egisto se refiere a la más baja, considerándola la de menos dignidad.

[116] Orfeo, con su música, atraía a los animales y plantas e, incluso, a los habitantes del reino de Hades.

[117] En la prisión